Valentín de Zubiaurre
Aldeanos vascos
1920-1936
INFORMACIÓN DE LA OBRA
Óleo sobre lienzo, 90 × 110 cm
OTRA INFORMACIÓN
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: «Valentín de Zubiaurre».
Hijo de un conocido compositor y organista vizcaíno y hermano mayor del también pintor Ramón, sordo de nacimiento como él, Valentín de Zubiaurre comenzó sus estudios en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) en 1894. En su formación tuvieron particular relevancia sus visitas al Museo del Prado, donde estudió la obra de los grandes maestros, y sus viajes por Francia, Países Bajos e Italia, financiados en parte mediante una beca otorgada por la Diputación de Vizcaya a los dos hermanos. Sus diferentes estancias en el extranjero le permitieron estudiar las vanguardias y, sobre todo, le ayudaron a completar su conocimiento de la tradición pictórica occidental, cuya lección fue trascendental para la configuración de su estilo, en el que además influyeron algunos de los artistas españoles coetáneos de mayor prestigio, como Ignacio Zuloaga.
Alcanzó gran éxito y reconocimiento mediante su participación en diferentes certámenes nacionales e internacionales, fundamentalmente entre 1915 y 1936, desempeñando también un papel destacado en el panorama artístico oficial de la posguerra española.
En esencia, su pintura recoge costumbres, celebraciones, paisajes y tipos tanto vascos como castellanos, estudiados en Segovia, Ondárroa o Garay, y reelaborados en diferentes versiones. Desde comienzos de la década de 1920 y hasta la Guerra Civil, Valentín se sirvió habitualmente del formato horizontal, en el que solía repetir un esquema compositivo similar: unos pocos personajes, normalmente de medio cuerpo y sin conexión ni relación entre ellos, dispuestos en primer término, recortándose sobre un paisaje, como ocurre en Aldeanos vascos. En este caso, el fondo se encuentra ocupado tan solo por un caserío, con el que parecen fundirse las tres figuras principales –una mujer con un cesto de frutas en la cabeza y dos hombres, uno de ellos sentado y el otro de pie y con los brazos cruzados– que, al desplazarse hacia la izquierda, dejan el lado opuesto vacío. Ese espacio, como suele suceder en otras obras, es completado por una pareja de hombres en segundo término, con los cuales se pretende dar cierta profundidad a una composición básicamente plana. El colorido amarillo, que caracteriza con frecuencia sus cuadros protagonizados por tipos vascos, domina la composición a través de su presencia en la indumentaria y en el fondo.
A pesar de que los personajes de Valentín presentan un marcado carácter descriptivo, consecuencia del profundo estudio fisonómico y psicológico de sus modelos, el hieratismo y la rigidez con que son tratados, no exentos de connotaciones simbólicas, tienden a idealizar lo representado, y por su intemporalidad acaban transformándose en tipos propios de una determinada región. La severidad de sus composiciones y las entonaciones frías con las que estas suelen estar construidas subrayan el clasicismo de su obra, y le confieren una calma y quietud mucho mayor que en el caso de Ramón, convirtiéndose por ello en una opción estética de gran personalidad dentro de la pintura regionalista en España. [Pedro J. Martínez Plaza]