Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, Cádiz, 1948)
El ámbito del pensamiento
1989
INFORMACIÓN DE LA OBRA
Óleo sobre lienzo, 247 × 200 cm
OTRA INFORMACIÓN
Firmado en el ángulo inferior derecho: “GPV, 1989”. Inscripción al dorso: “Comenzado el 16 de Enero de 1989 en Roma”.
Guillermo Pérez Villalta es uno de los componentes del llamado «núcleo duro» de la Nueva Figuración Madrileña, junto con Carlos Alcolea, Carlos Franco y Rafael Pérez Mínguez, que hizo su aparición en el panorama artístico nacional a comienzos de los años setenta, en el entorno de la Sala Amadís, dirigida entonces por Juan Antonio Aguirre. El grupo, que más tarde se aglutinaría en el programa de la galería Buades, compartió el entusiasmo por una vuelta a la pintura figurativa, narrativa y autobiográfica, donde vemos aparecer historias cotidianas, desdramatizadas y, a menudo, no demasiado trascendentes, entremezcladas con referentes cultos a la historia del arte tanto antiguo como moderno. En efecto, un rasgo común a todos ellos por aquel entonces son ciertas reminiscencias pop, que se manifiestan en el empleo de colores puros, planos, brillantes, el predominio del dibujo lineal en la configuración de las imágenes, así como en el uso caprichoso de las referencias naturalistas, las perspectivas y las escalas.
A pesar de que Pérez Villalta es verdaderamente un artífice, y así le gusta a él mismo ser llamado, dedicando su atención no solo a las artes plásticas tradicionales (pintura, escultura, dibujo, grabado), sino también a la arquitectura, el diseño de muebles, objetos y joyas, la ilustración, la cartelería, las artes aplicadas (forja, azulejería, vidrieras), el textil, los decorados teatrales, el atrezo…, su faceta más conocida es la de pintor.
El ámbito del pensamiento da cuenta de cómo a lo largo de los años setenta y ochenta sus intereses le llevaron a itinerarios estilísticos en los cuales su trabajo se empapó del arte manierista y barroco, de las manifestaciones ornamentales y geométricas, de la arquitectura de Louis Kahn y el posmoderm, el arte metafísico, el pop art y sus derivaciones neo-modernas, el minimalismo... Porque si algo ha caracterizado desde sus comienzos la poética de Pérez Villalta ha sido un convencido y casi contumaz eclecticismo, donde todas las épocas, todos los estilos y todos los registros pueden mezclarse para aportar capas de sentido. El resultado suele ser una obra densa y en ocasiones hermética, cuyos significados se van desgranando dependiendo de la cultura del espectador.
El que nos ocupa es un magnífico ejemplo de esa confianza del autor en que la pintura sea un dispositivo de operaciones conceptuales que no renuncia al placer proporcionado por la imagen. La admiración, asimilación y lúcida interpretación del legado de Duchamp por parte de Pérez Villalta ha sido para varias generaciones de artistas una auténtica clave que les ha permitido escapar del asfixiante dogmatismo de la modernidad conceptualista. El cuadro, pintado durante su estancia en la Academia de Roma, aparece protagonizado por el propio artista junto a compañeros suyos del momento, quien se asoma al espacio del pensamiento en el que se desenvuelve su propia existencia: un complejo espacio «vacío» que recibe la luz blanca del exterior (el ámbito fenoménico, los sentidos), incidiendo sobre el plano del alfabeto. El lenguaje y las matemáticas, pues, organizan el entramado interior de ese mundo mental privado del artista, lleno de facetas ácidas y contrastadas, cuya trama geométrica está resuelta a base de pirámides truncadas, mientras, reposando en el suelo, una versión disminuida, miniaturizada del propio cubículo representa la memoria. [Óscar Alonso Molina]