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Jesús Mari Lazkano (Bergara, Guipúzcoa, 1960)

En eterna multiplicación

1998

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Acrílico y técnica mixta sobre lienzo, 130 × 232 cm

Jesús Mari Lazkano cursó estudios de Bellas Artes en la Universidad del País Vasco, en la que obtuvo el doctorado y es profesor de pintura desde 1985. Su actividad expositiva se inició en los años ochenta, realizando numerosas exposiciones y estancias prolongadas en ciudades como Nueva York, Chicago, Dallas o Roma. Dentro de una apariencia realista, hay en su pintura un fuerte componente surrealista que recuerda en ocasiones a Magritte, y también un sesgo de misterio romántico al modo de los paisajes del alemán Friedrich. Los lugares elegidos sugieren espacios melancólicos y vacíos, a menudo desde puntos de vista inusitados, en los que sigue fiel a la tradición renacentista de la pintura de crear la «ilusión» de un mundo al otro lado del marco. Destacan la clara descripción de las formas, el detalle minucioso, el tratamiento diferenciado de las luces y la riqueza de sus gamas tonales de color.

Defensor a ultranza de la pintura frente a soportes tecnológicos, Lazkano no duda en remitirse a la tradición pictórica y declarar su admiración por el Renacimiento italiano. Su pintura recoge su propia mirada atenta y contemplativa y representa naturalezas, arquitecturas y ciudades existentes, pero transformadas por una especie de filtro poético. Invernaderos, edificios industriales en desuso, arquitectura moderna o antigua, sus paisajes y edificios poseen una cierta ambigüedad y sensación de extrañeza, de vacío, como las plazas congeladas de los pintores metafísicos italianos. Cualquier figura, poblador permanente o viajero fugaz, está ausente en sus cuadros.

En eterna multiplicación fue realizado durante su estancia en Roma como becario de la Academia Española de Bellas Artes. La Roma antigua y Pompeya se convierten en una fuente inagotable de estímulos formales y de vínculos culturales. Lazkano representa una domus, una casa cuya escala parece algo magnificada, y elige un punto de vista totalmente frontal que nos permite atisbar hasta el ámbito doméstico que se prolonga al otro lado, el patio. El impluvium de la primera sala –depósito de las aguas pluviales que entran por el techo abierto– repite sobre el suelo la abertura rectangular del techo justo encima, luminosa y enmarcada por cuatro columnas. Con gamas frías de azules, verdes y malvas, el pintor concede atención especial a la linealidad de las formas en función de una perspectiva bien construida. La composición del lienzo inscribe el cuadrado central donde recrea la profundidad de la sala sobre un plano más grande pintado a la manera de los frescos con motivos arquitectónicos de la pintura pompeyana. El cuadro establece un diálogo entre las potentes verticales de los fustes y puertas, y las diagonales y horizontales de las salas como líneas de fuga, así como las luces frías y los espacios sombríos que procuran una iluminación melancólica. La ausencia de detalles ornamentales o figuras permite que la visión sea depurada y se perciban con limpieza las armonías de este espacio doméstico patricio; sin duda, un lugar para la memoria y la imaginación. [Carmen Bernárdez]