Los gigantes y cabezudos, que representan figuras históricas locales, forman parte de la tradición popular surgida en algunas fiestas del medievo, en las que los gigantes participaban bailando y los cabezudos persiguiendo al público. En esta pintura, todos los personajes permanecen ocultos bajo las máscaras y la composición se centra tan solo en la descripción de la fiesta, que en base a las vestimentas parece desarrollarse en Aragón y sirve al artista para incidir, una vez más, en el anonimato callejero que oculta al personaje tras la máscara, lo que a partir de ahora será el tema predilecto de sus escenas de carnaval.

Centra la obra en la descripción de la fiesta y sus personajes, con una composición abigarrada en la que la portada de una iglesia gótica preside la escena mediante rotundos volúmenes. El color es la nota dominante, con el ánimo de crear una atmósfera de fiesta y alegría, sirviéndose para ello de una rica gama tonal más viva.

Solana construye los personajes modelándolos como si de una escultura se tratara, trasladando al lienzo ese mundo inanimado que describe brillantemente en La verbena del Carmen, la popular y arraigada fiesta de gigantes y cabezudos que se celebraba en Madrid: “Cuando se ponen en corro a bailar en medio de la calle, forman un conjunto muy grotesco [...]”.

María José Salazar