/content/dam/fundacion-banco-santander/es/imagenes/cultura/arte/coleccion/obras/A-0282-H_las_hijas_del_cid_media-1920.jpg != null ? bannerSimple.alt : true}

Ignacio Pinazo Camarlench (Valencia, 1849 – Godella, Valencia, 1956)

Las hijas del Cid

Posterior a 1889

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre lienzo, 206 × 153 cm

OTRA INFORMACIÓN

Firmado al dorso: «I. Pinazo»

Fundador de una dinastía de artistas que no se caracterizaron por su inquietud renovadora, Ignacio Pinazo, en cambio, logró superar las restricciones academicistas que recibió de las enseñanzas oficiales limitándose a pintar según su libre instinto. Tras su obligado tributo juvenil al tema histórico y a un cierto anecdotismo italianizante, pronto depuró su pintura de anecdotismo al uso y se centró en un puro realismo directo, escueto y libre. Si hubiera que encuadrar a Pinazo en un movimiento artístico europeo de su tiempo, podría considerarse que su obra es hermana –no hija– de los impresionistas franceses. Sin embargo, es improbable que el pintor recibiera, debido al aislamiento que caracterizó su vida, influencia alguna de ellos. Pinazo es, pues, una aportación original, autóctona e independiente al arte vivo de su tiempo.

Dos de sus temas predilectos, el desnudo femenino y los niños, se unen en Ninfas y amorcillos, cuya perspectiva y composición parecen indicar que se trata del boceto para un plafón decorativo para un techo. Si por tipología es una obra excesivamente convencional, por su factura, en cambio, es una pieza original, de pura raíz pinaciana, resuelta enmarcando las manchas de color, a veces difusas, con escuetos trazos a modo de dibujo con pincel que dan forma perfecta a las figuras representadas.

Quizá por ser una excusa para ofrecer dos espléndidos desnudos femeninos, Pinazo siempre tuvo predilección especial por la obra Las hijas del Cid, que envió durante su etapa como pensionado en Roma a la Diputación Provincial de Valencia y que rehízo diez años después de pintarla, para tenerla siempre consigo, cuando ya estaba en plena madurez pictórica. Esta segunda versión, hoy perteneciente a la Colección Banco Santander, es más grande que la primera (medía aquélla 187 × 124 cm) y puede apreciarse que la técnica ha cambiado por completo; prima ahora el trabajo de detalle, las figuras aparecen envueltas en una modelada plasticidad, el estudio de las manos y los brazos es más sintético y los pies apenas acusan el dibujo de los dedos.

También de etapa de madurez es el excelente retrato de un desconocido que atesora la Colección. En él, el realismo se expresa con una pincelada extraordinariamente vigorosa, fresca y sin vacilaciones. Aunque sin fechar, cabe situar esta obra en un tiempo próximo al del Autorretrato con sombrero (1901, Museo del Prado), cuando el artista había ya abandonado en los retratos –en otros géneros el abandono se produce mucho antes– cualquier residuo de convencionalismo o de prudencia pictórica, para dar paso a una expresividad abierta, ágil y, a la vez, profunda. [Francesc Fontbona]