Francisco Iturrino (Santander, 1864 – Cagnes-sur-Mer, Francia, 1924)
Manolas
hacia 1910
INFORMACIÓN DE LA OBRA
Óleo sobre lienzo, 114 × 141 cm
OTRA INFORMACIÓN
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: «F. Iturrino»
Francisco Iturrino fue el pintor más original de su generación. Solo un año más joven que Sorolla, expuso en 1901 con Picasso en la galería de Ambroise Vollard y su pintura se aproximó luego a la de Matisse, con quien estuvo en Andalucía y Marruecos a principios de la segunda década del siglo. Ya unos años antes su obra revela frescura y vivacidad del color en composiciones pobladas por muchachas, en ocasiones desnudas, otras veces vestidas, como en este caso, con chales y mantones de vivo cromatismo realzado por las flores sujetas a sus cabellos. Como a menudo ocurre en las obras del artista, la escena da una impresión de gran vivacidad. Las figuras ocupan la mayor parte de la obra sin aparente orden compositivo y están cortadas por los bordes del lienzo según era frecuente en las obras de Degas y Matisse, entre otros artistas.
En Manolas representa una feria en cuyo primer término un grupo de mujeres rodea a la que baila acompañándose de las castañuelas que ella misma toca y de las palmas que da otra de las mujeres, de perfil oriental. Aunque aparecen algunos hombres tocados con sombreros, sus rostros apenas son visibles, de modo que el elemento femenino domina absolutamente, igual que ocurre en otras composiciones. Unamuno se refirió a sus «mujeres no desnudas sino desvestidas, transparentando las carnes bajo las telas». El temperamento franco y directo de Iturrino le libró de extremar la nota castiza y de anteponer otros valores que no fueran los puramente plásticos a cualquier otro énfasis en contenidos raciales o literarios como hicieron sus compañeros de generación. Su pintura captó con espontaneidad inmediata la sensualidad de lo visible, de ahí que el motivo de jóvenes muchachas se convirtiera en el predilecto del artista por sí mismo y no como soporte de una eventual interpretación ulterior al puro hecho pictórico.
Los tonos claros de esta obra son los mismos que alabó Guillaume Apollinaire en las telas de bañistas, cigarreras, gitanas y bailarinas que expuso en el Salón de Otoño de París de 1911, donde fueron consideradas «lo más luminoso que sin duda ha producido la pintura española». Su tratamiento diáfano y decorativo del color le hacía ser fácilmente comprendido por el ámbito francés, que identificaba, sin embargo, sus peculiaridades españolas en la elección de sus temas.
A pesar del gran número de figuras no hay impresión de abigarramiento, sino de plenitud y vitalidad, debido a que el color es diáfano, con grandes áreas en blanco que dejan respirar a las figuras, y la materia ligera, hasta el punto de que en algunas zonas parece acuarelada. Esto permite al artista mostrar el efecto de sus grafismos ligeros en los flecos de los mantones y en su misma ornamentación. El color se explaya con libertad en las manchas del mantón de la muchacha que está en pie a la derecha. En cambio, la que está sentada a la izquierda con el abanico y el brazo alzado de la que baila revelan un sentido constructivo, que parece relacionarse con las obras de Robert Delaunay. Al fondo a la izquierda, el tratamiento del paisaje, recuerda a los passages de Cézanne, pintor que influyó decisivamente en Iturrino. [Javier Barón Thaidigsmann]