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Antoni Tàpies (Barcelona, 1923-2012)

Pintura, tierra, collage y cordel

1964

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Técnica mixta sobre lienzo, 65 × 81 cm

OTRA INFORMACIÓN

Inscripción al dorso: «Tàpies, 1964».

¿Cómo empezar a hablar de uno de los máximos emblemas de la cultura artística catalana y española del siglo XX? Quizá algunas afirmaciones de base nos puedan ayudar: por ejemplo, que desde finales de los años cuarenta permaneció siempre en primera fila de la renovación plástica occidental; este hecho, unido a su temprana consagración entre la crítica internacional, le han convertido en un referente de la plástica occidental hasta hoy. Sin duda, el año 1958 fue un momento decisivo en todo ese proceso, con la sala individual que le dedicó la Bienal de Venecia y con el Primer Premio de las Internacionales del Instituto Carnegie de Pittsburgh, pero Antoni Tàpies ya era un creador admirado por su originalidad y por su capacidad de comunicación a través del símbolo y la materia. Después de 1958, por supuesto, lo sería incluso cada vez más.

Heredero de los ideales y actitudes vitalistas de las vanguardias históricas, en otoño de 1948 fue uno de los fundadores de un grupo que tenía mucho que ver con aquellas, Dau al Set, cuya estética define tan claramente el cartel anunciador que posee la Colección Banco Santander. Cartel saturado de alusiones al surrealismo, al lirismo de Joan Miró o a Paul Klee, así como magnífico ejemplo de esa atmósfera onírica que definió a un colectivo cuya llama, por otra parte, se apagaría en pocos años.

Desde mediados de los años cincuenta, Tàpies transformaría decisivamente su lenguaje, aunque lo simbólico y la búsqueda de comunicación universal de la etapa anterior permanecieron o incluso crecieron en potencia expresiva. Es cierto que se suele definir su arte de entonces como «informalista» pero me parece un excesivo reduccionismo identificar ese arte «tan de segunda postguerra mundial» con la práctica coherente que definiría a nuestro artista durante casi sesenta años. En suma, Tàpies no necesita ninguna etiqueta o adscripción a grupo para ser valorado. Su genialidad camina solitaria por la historia del arte contemporáneo.

La Colección posee algunas obras realmente notables, muchas de ellas realizadas en la brillante década de 1960. En Pintura, tierra, collage y cordel (1964), la combinación de geometrías flexibles con la forma orgánica de los pegotes de tierra en las esquinas crea una tensión casi invisible, acentuada por la sombra de las cuerdas y por la superficie arenosa pintada.

En Materia ocre sobre tela virgen (1969) la presencia de la pintura es más obvia, y muy cercana al gesto de grafiti, mientras que la superficie se arruga hasta simular texturas de piel. Eso sí, una piel arañada, agujereada, que logra trasmitir de forma creíble la noción de acabamiento físico. Situada cronológicamente entre ambas obras, Ventana al vacío (1965) se centra aún más en el tratamiento pictórico de la superficie, siempre dominado por la huella, el grattage y lo inacabado.

Llit [Lecho] (1976) o Autorretrato (1978), en mi opinión algo menos intensos, mantienen pese a todo –y como casi siempre en Tàpies– la frescura del gesto, el deseo de experimentar y la intuición transmisora de emociones de todo tipo en el espectador: la primera de ellas, la del asombro ante un descubrimiento continuo. [Javier Pérez Segura]